los colores aliatados
y el torpe aroma de la arena.
Lejos hierven los espejos
y se afilan sin dientes las palabras.
tengo miedos y humo por las manos
sedientas y me crucifico en monosílabos.
Que haya paz,
tinta ensangrentada o besos errantes,
que haya paz,
por los cajones y las aceras mugrientas,
que haya paz en mis sienes
y en mis silencios:
que me apaguen los ojos,
que me derritan los sueños...
pero sin rezar mi nombre hueco.
ADAEV
Genial este poema-súplica, Adaev, y ese final me parece sencillamente, perfecto.
ResponderEliminarUn abrazo
Marian
Creo que algún día moriremos de esta vida buscando aún el camino que una noche abandonamos, o tal vez el que una tarde no encontramos.
ResponderEliminarDesafortunadamente qué bella es la amargura que provoca los sentimientos más profundos.
Afortunadamente otra vez más llegará el alba de mañana. Siempre. O tal vez.
Siempre esperando ese final que nos libere...
ResponderEliminarQue haya algo...lo que sea , pero que ese vacío se llene.
ResponderEliminarMe gusta tu poema.
Te sigo
Un beso